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Después de una noche algo ruidosa en nuestro alojamiento de Pongola, cogimos rumbo a Eswatini (antigua Swazilandia). Emocionados y algo expectantes ante lo que nos podríamos encontrar en la frontera, tomamos la carretera y retrocedimos unos kilómetros sobre nuestro recorrido del día anterior. ¿Nos acompañáis en nuestra aventura por un día en este pequeño país?

Día 9. Eswatini

El trayecto hasta la frontera se nos hizo muy breve y muchísimo más los trámites para abandonar el país y entrar en uno nuevo. La verdad es que nos sorprendió no ver mucha gente en el paso transfronterizo y la petición del certificado literal de nacimiento brilló por su ausencia. Después de unos minutos ya estábamos en Eswatini, sin datos (porque así lo decidimos ;-)) y listos para una nueva aventura.

En un principio no notamos diferencia alguna con el paisaje sudafricano pero, a medida que avanzábamos, nos fuimos dando cuenta de matices que lo hacían diferente: Nos pareció que las poblaciones eran más rurales y donde la presencia de blancos brillaba por su ausencia (al menos, ésa fue nuestra perspectiva).

Cuando llegamos a la entrada del P.N Hlane, el guarda nos pidió los datos de la reserva del alojamiento y nos indicó cómo llegar hasta el campamento. Llegamos pronto y nuestra cabaña aún no estaba lista. Había una pequeña tienda de souvenirs y una enorme extensión, protegida por una valla electrificada, rodeaba una charca donde pudimos ver a rinocerontes e hipopótamos descansando y saciando su sed. No os voy a negar que fue un momento muy guay pese a que los teníamos en la distancia 🙂

Apenas había turistas aunque sí unos cuantos grupos de colegios con niños de unos 6-7 años. Pensé en lo afortunados que eran de poder aprender del mundo animal en plena libertad, tan diferente a lo que hacemos en el primer mundo. Ellos debieron preguntarse qué se nos había perdido por allí porque nos miraban como lo hacemos nosotros en el zoo, con algún animal exótico ;-). Aprovechamos a hacer un picnic improvisado en una de las mesas de madera que estaban distribuidas por el campamento, y una de las profesoras se acercó a pedirnos una foto con ella. Cuando nos preguntó de donde éramos se sorprendió igual que si por el Madrid de los Austrias conociéramos algún Maorí de las Antípodas, jajajaj.

Después de añadir una anécdota más a nuestro viaje, nos dieron la llave de la habitación. ¡Era una cabaña inmensa lista para ser disfrutada por unas 7 personas! (Debe ser que aquellos días había disponibilidad de sobra). Todas las camas disponían de mosquitera, aunque tengo que decir que durante nuestra estancia allí no vimos ni un solo mosquito. Y, después de echar un vistazo rápido al que sería nuestro alojamiento por unas horas, nos fuimos directos al punto de encuentro donde habíamos contratado un Sunset Game Drive.

A las 4 de la tarde comenzamos, junto con otros cuatro compañeros de viaje, nuestro safari en el Parque Nacional. Y en menos de 10 minutos de trayecto, nos topamos de frente con un rinoceronte que paseaba en solitario. ¡Momentazo!. Es uno de mis animales favoritos y verlo allí en libertad, tan de cerca, fue maravilloso. Comenzar nuestro paseo así puso el listón muy alto para el resto de la tarde. Después, pudimos ver nuestras primeras jirafas y casi llegando al atardecer, a una familia de leones descansando (como no) en la hierba. Al menos, uno de ellos, hizo el honor de levantarse para volverse a tumbar 10 segundos después, jajajaja. Disfrutamos de un atardecer mágico observando unos elefantes y después nos tomamos unos refrigerios cerca de una pequeña charca, y aprovechamos para charlar y compartir impresiones con una pareja de españolas que viajaba en sentido contrario a nosotros.

TIP: Los Game Drive en el P.N. Hlane tienen restricción de edad y sólo es posible a partir de 6 años. Para más información, mejor contactar por email en reservations@biggameparks.org o en el propio alojamiento.

Cenamos en el restaurante del campamento. Tengo que decir que la comida nos pareció algo regular pero la atención y el lugar lo compensaron todo. Nos dirigimos a la cabaña con las linternas del móvil activadas y en la puerta nos habían dejado farolillos encendidos con parafina que, una vez dentro, distribuimos por las habitaciones y el baño. El alojamiento no tenía luz ni wifi y fue una buena ocasión para asomarnos a nuestra terraza, echar la vista arriba y disfrutar de la infinidad de estrellas que el cielo de Eswatini nos regaló esa noche. ¿Se puede pedir algo más?

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