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Navarra era nuestro plan inicial post Covid en nuestras vacaciones de verano y un destino totalmente desconocido para nosotros. La Selva de Irati fue en lo primero que pensé cuando decidimos reorganizar nuestras vacaciones de verano, pero buscando alojamiento, nos enamoramos de unas cabañas al Norte de la Provincia. Así que no lo dudamos y decidimos aprovechar y conocer el norte de Euskadi, un lugar que siempre se nos había resistido.

Desde Valencia cogimos rumbo hacia tierras navarras. No queríamos pasar por Madrid y tentar nuestra suerte con nuevos confinamientos que, por aquel entonces, parecían probables. Nuestro trayecto fue tranquilo y sin sobresaltos. Tanto, que cuando nos quisimos dar cuenta, estábamos atravesando un paisaje totalmente diferente del que veníamos. Montañas y caserones que nos teletransportaban a otra época, valles de un color verde que escasea en Madrid en esta época del año…

Nuestro destino, un lugar llamado Irrisarriland, estaba al final de una carretera con curvas. Km a km nos íbamos alejando de la civilización y acercándonos a lugares donde el Basajaun vive libre y cuida de la naturaleza. Un entorno lleno de mitología y magia. Cuando llegamos, nuestra cabaña aún no estaba lista y decidimos hacer una ruta de 1h de duración para hacer tiempo y reservar mesa en la taberna hasta que el alojamiento estuviera disponible.

La ruta era bastante accesible y terminaba en un puente colgante de vértigo. Pasear por allí prácticamente sólos y disfrutar de la naturaleza como hacía tiempo que no hacíamos, fue pura vitamina. El restaurante servía platos combinados de calidad-precio razonables y cuando repusimos fuerzas nos dirigimos al que iba a ser nuestro refugio por 7 días.

La cabaña estaba alejada y en un cerro bastante alto. De hecho, la recepcionista nos acompañó en coche y días después comprobamos que subirla andando era todo un reto para nuestras piernas, jejeje. El interior era tal cual habíamos visto en las fotos de la web. Sólo le faltaba chimenea para ser perfecta. Y siendo verano, sabíamos que no la íbamos a necesitar :-). Había cabañas más privilegiadas que daban directamente al prado donde caballos y ovejas pastaban ajenos a todo. Pero si andabas unos metros desde la nuestra, podías acercarte a las vallas y disfrutar del espectáculo. Una vez acomodados ya sabíamos que nuestras sobremesas allí se alargarían más de lo previsto.

De hecho, decidimos descansar y no salir a explorar. Ver atardecer desde allí en nuestra mini terraza fue un genial punto de partida.

Día 1.

Haciendo caso de las previsiones del tiempo e improvisando más de lo que nos gustaría, nos acercamos a conocer San Sebastián. Una ciudad a la que le teníamos unas ganas enormes y que por circunstancias varias siempre post poníamos. Era viernes y no madrugamos lo que se dice mucho. De hecho, nos encontramos muchos, muchísimos camiones de camino a la capital guipuzcoana. Entendimos que se debía a que nuestro trayecto estaba cercano a la frontera con Francia. Así que tuvimos un viaje más que entretenido.

Donosti nos recibió con más tráfico del esperado y cuando conseguimos dar con un parking céntrico, nuestra primera visión a pie de la ciudad fue la playa de la Concha. Espectacular y divina, como nos imaginábamos y tal cual la habíamos visualizado tanto en fotos y vídeos. No nos defraudó. Había gente, sí. Era agosto y no esperábamos encontrarla vacía, pero San Sebastián tiene esa clase y ese porte que la hacen especial.

Decidimos pasear hasta las famosas esculturas de Chillida que justamente se encontraban al otro extremo. Y dimos un estupendo paseo bordeando la Concha y parando a cada paso, porque cada lugar nos parecía más fotogénico que el anterior. El mar estaba en calma y hacía un tiempo envidiable. De hecho, cuando llegamos al Peine del Viento, los agujeros situados en el suelo estaban «mudos» y no pudimos divertirnos esperando que llegara algo de marea para que el viento la impulsara hacia arriba. Y que conste que lo intentamos, pero obviamente no era el día 🙂

Volvimos sobre nuestros pasos hacia la playa de Ondarreta, pero antes nos desviamos para subir al funicular hacia el Monte Igueldo. Tuvimos que esperar como unos 20 minutos antes de poder subir a este medio de transporte que tanto gusta a los pequeños. Allí descubrimos que la distancia de seguridad Covid brillaba por su ausencia. El vagón iba al completo…

Las vistas de la ciudad desde la cima son preciosas y, pasamos un rato muy entretenido paseando por un parque de atracciones anclado en el pasado y en un lugar privilegiado.

Ya abajo decidimos coger un taxi que nos llevara al casco viejo. El cansancio comenzaba a flaquear en algunos y había ganas de ¡pinxtos!.

Comenzamos a pasear por la zona vieja y ubicamos lugares donde poder sentarnos a comer. Sabemos que ir de pintxos por el Norte es muy diferente y supone ir de taberna en taberna degustando su gastronomía. Pero necesitábamos sentarnos y reponer fuerzas. Así que viendo que en los Martinez había sitio y además, era uno de los lugares recomendados por una amiga, no lo dudamos y decidimos que allí sería nuestro ‘bautismo’ en pintxos por el Norte 🙂

Paseamos un rato hacia la playa de Zurriola para bajar la comida, y dimos por terminada nuestra visita a la capital guipuzoana. No hay ningún ‘pero’ que aportar. Sin duda, una ciudad para vivirla.

De regreso, aprovechamos para conocer Lesaka. Era unos de los pueblos cercanos a Irrisarriland y, sin duda, nos enganchó. Las casas eran preciosas, la plaza aún más y la calle por la que discurre uno de los principales canales, lo superaba todo. Buscamos el Pillirik, una cruz que esconde una oscura historia de la Inquisición a su paso por el pueblo, y seguimos saboreando el lugar y prometiéndonos volver en otro momento.

DÍA 2.

Amaneció de nuevo soleado y decidimos quedarnos en Irrisarriland para hacer otra ruta por sus bosques. Elegimos la verde, que se trataba de una especie de gymcana en la que había que ir buscando pistas a lo largo del recorrido, para encontrar la palabra secreta. Estuvo bastante entretenida pero al estar orientada a los más pequeños se nos hizo algo corta, así que enlazamos con otra más larga y la hicimos ‘contracorriente’ así que nos provocó algún que otro despiste ;). Fue una mañana muy diferente a lo que estamos acostumbrados a hacer en nuestras vacaciones y bastante enriquecedora.

Cominos, de nuevo, en la tarberna del parque y pasamos la tarde en nuestra cabaña con una banda sonora a la que ya nos habíamos habituado: el cencerro de los caballos pastando en los prados cercanos. Acercarnos a observarles y fotografiarles, fue nuestra única actividad al finalizar el día. Y es que no hay nada como disfrutar de los pequeños placeres sin prisas y aglomeraciones.

DÍA 3.

¡Nos tocaba cruzar la frontera al País Vasco Francés!. Después de hacer unas lecturas rápidas en blogs, foros e Instagram nos habíamos fijado como ruta: Bayona-Biarritz-San Juan de Luz-Hendaya.

Comenzamos por Bayona. Una ciudad de interior a la que se accede cómodamente por la autopista de peaje. Habíamos madrugado y aparcamos sin problemas muy cerca del centro. De hecho, los comercios aún no habían abierto así que pudimos recorrer su casco histórico con la tranquilidad que el lugar se merece. La ciudad tiene ese aire bohemio que, junto con la influencia vasca hace que la mezcla de ambas resulte explosiva. Y su arquitectura tampoco se queda atrás. En muchas de sus calles parecía que estabas paseando por París. La Catedral se veía imponente desde cualquier ángulo y la ribera del río le daba ese «je ne sais quais» que la hacía única.

Pero no había tiempo que perder. Aún nos quedaban 3 pueblos más que visitar un domingo de verano.

El siguiente lugar fue Biarritz. Habíamos leído que tenía un casino de arquitectura art decó que tanto nos gustó en Miami, pero no la disfrutamos ni nos pareció tanto como habíamos pensado inicialmente. Había muchísima gente y muchos iban sin mascarilla al no ser obligatoria allí por aquellas fechas. La sensación inicial fue de agobio. El pueblo de pescadores, unos metros más allá, nos pareció un soplo de aire fresco. Había gente sí, pero se podía pasear sin aglomeraciones. Al parecer, Biarritz nos tenía reservado ese pequeño tesoro con casas bien conservadas y restaurantes donde poder degustar la pesca del día.

Podíamos haber explorado algo más, pero se nos echó el tiempo encima y San Juan de Luz nos esperaba. Después de nuestra experiencia en Biarritz mucho nos temíamos que, un domingo de agosto en horario de almuerzo no iba a ser de los mejores momentos que viviríamos en el día. Parking completos, cientos de coches buscando aparcamiento en los alrededores y nosotros, obviamente, desesperados sin saber muy bien que hacer. Perdimos la cuenta del tiempo que estuvimos dando vueltas por la zona hasta que por fin encontramos sitio a las afueras. Siguiente reto: encontrar un lugar en plena hora punta para comer, jajajaj. En tripadvisor habíamos leído maravillas de una crepèrie. ¡Teníamos que intentarlo!. Así que, no sé cómo, pero después de una pequeña espera que en ese momento se nos hizo eterna, logramos tener una mesa más que privilegiada dentro del local. Las gallettes, deliciosas y el postre tampoco defraudó. Así que desde aquí no puedo dejar de recomendarlo: Piper Beltz.

Después de comer, pasemos por la playa y su famoso paseo marítimo. Esas casas comunicadas con la playa a través de sus mini puentes nos encantaron. No había mucha gente a esas horas y agradecimos andar y disfrutar de sus calles aunque fuera por un tiempo breve.

Hendaya era el cuarto y último pueblo, a visitar del día. El cansancio en Mario ya comenzaba a reflejarse a través de quejas de ésas de ‘quiero volver a la cabaña’, no quiero ver otro pueblo más, jajajja. El caso es que entre que el aparcamiento que busqué en Google maps nos llevó a un lugar del pueblo poco turístico y sus quejas, decidimos abortar la tarea de conocer este bonito lugar. Hay veces que las improvisaciones no salen bien 😉

Día 4.

Oí por primera vez el nombre Elizondo y el Valle del Baztán cuando leí la novela de Dolores Redondo, el Guardián Invisible, hace unos años. Luego, me enganche a su trilogía y, la descripción de sus tierras, el halo de misterio que las rodeaban y su realismo mágico, me hicieron guardarlo bien en mi memoria para conocerlo algún día. Y, finalmente, ese día había llegado.

Aquí sí que planificamos algo más la ruta. No quería arrepentirme luego de haberme perdido algún lugar interesante. Y creo que el objetivo se cumplió.

Nuestro primer pueblo, fue Amaiur. Lo habíamos escogido porque allí hay un molino donde se realizan visitas guiadas y nos pareció interesante para que Mario descubriese todo el proceso, desde la recogida del maíz hasta la elaboración de un talo (torta típica del lugar). Llegamos muy pronto, pero, ‘cosas del directo’, estaba cerrado. Anduvimos unos pasos más allá y descubrimos un precioso y pintoresco pueblo. A 1,5 Km del pueblo, puedes subir una pequeña ladera donde se encuentra un monolito, pero decidimos reservar fuerzas para el resto del día.

Elizondo fue nuestro siguiente destino. Realmente, aquí no llevábamos nada preparado acerca de la ruta a realizar, para seguir los pasos de la trilogía. Fuímos improvisando sobre la marcha y buscando algún que otro lugar en Google. Otras localizaciones las encontramos por casualidad. Elizondo es muy fotogénico y no nos defraudó. Sabíamos que cuando regresaramos a casa, veríamos las películas basadas en el libro, para ubicarnos allí y valorarlo aún más. Eso sí, nos quedamos sin probar el famoso chocolate artesanal de la pastelería Malkorra porque estaba cerrada 🙁 .

De camino a Ziga, pasamos por otro pueblo con mucho encanto llamado Irurita y paramos por un mirador en el que disfrutamos de unas vistas espectaculares del valle. Hacía un día muy despejado y desde allí pudimos ubicar donde estaban situados cada uno de los pueblos marcados en un gran mapa. ¡Visita obligada si estás por la zona!

Ziga estaba algo más arriba y su iglesia destacaba por encima de los tejados de sus casas. ¡Si es que por algo la llaman la catedral del Baztán!. Es un pueblo muy pequeño y también con mucho encanto. De ésos que conservan su esencia.

Y seguimos nuestra ruta hasta Aniz donde nuestro objetivo era, ni más ni menos, que la quesería ecológica Jauregia. Nosotros, que somos muy queseros, no queríamos dejar pasar la oportunidad de agenciarnos con sus conocidos quesos ecológicos y, damos fé de que mereció la pena. Además, en la quesería organizan visitas guiadas para conocer el proceso de elaboración de este manjar. Pero los lunes descansaban. Tendrá que ser en otra ocasión 🙂

Como se acercaba la hora de comer volvimos a Elizondo y nos sentamos en la primera mesa que vimos disponible en una terraza. Así reponíamos fuerzas para nuestro siguiente destino: Las Cuevas de Zugarramurdi.

Este precioso pueblo, es bastante conocido por su histórico y oscuro pasado con la Inquisición y con quienes esta institución llamaba ‘brujas’. La realidad es que eran gentes que practicaban la medicina natural y mujeres parteras que entendían mucho de fertilidad. Nosotros fuimos derechos a las cuevas y, por suerte, no había demasiada gente. El paseo era bastante cómodo pero las cuevas nos decepcionaron un poco. Había un camino señalizado para ir más allá de las dos cuevas (la Grande y la del Akelarre) pero estaba cortado así que continuamos nuestra ruta hacia la salida.

Con esta visita, dimos por finalizado nuestro recorrido por el Valle del Baztán. Ni que decir tiene que fue una de nuestras rutas favoritas de Euskadi.

Día 5.

Habíamos decidido volver a quedarnos en Irrisarriland para disfrutar de una de sus actividades estrella: La tirolina.

En principio sólo conseguimos plaza para dos así que decidimos que serían Mario y Óscar quienes la disfrutaran y yo la que hiciera el reportaje fotográfico. Pero hubo una cancelación de última hora de la que nos enteramos de milagro y pude ocupar la plaza. ¡Ya no había marcha atrás! La que escribe estas líneas no es muy amiga de las aventuras en las alturas….

La opción que elegimos consistía en dos lanzamientos en tirolina. Una de 160 metros de longitud y la otra de 370 metros. No era un grupo muy grande y la monitora nos comenzó a dar instrucciones: no debíamos agarrarnos al enganche, sólo debíamos tirar de dicho enganche para frenar en el momento de frenar…¿Cómo? Bufff….las piernas comenzaron a temblar pero preferí no pensarlo mucho. Además, en esa primera tirolina los niños se tiraban sólos y mis pensamientos se centraron en Mario y en nuestras dudas de si en el último momento se echaría para atrás…Pero ¡vaya que si salió! La experiencia fue alucinante y en la segunda tirolina, el descargo de adrenalina es aún mayor. Eso sí, con esa distancia los niños tienen que ir acompañados. La tirolina de 900 metros nos la dejamos pendiente, así que creo que si volvemos, no dudaremos en cuál elegir.

En Irrisarriland también hay otras actividades como arborismo o ciclismo de montaña. Ni somos expertos ciclistas y ya sabeis que lo de las alturas se me resiste, así que dejamos esas experiencias para los más atrevidos 🙂

Por la tarde nos acercamos a Pamplona. Su casco histórico es muy bonito y obviamente la esencia de los San Fermines está presente en cada esquina. Creo que no somos los únicos que se sorprendieron con el tamaño de la plaza Consistorial. Resultaba increíble que en un espacio tan diminuto pueda entrar tanta gente en sus fiestas patronales. Y no podíamos marcharnos de allí sin tomarnos unos pintxos en la famosa calle Estafeta que nos supieron a Gloria.

Día 6.

Nuestro último día en Navarra lo habíamos planificado para conocer la cascada de Xorroxin (cerca de Erratzu) y el Parque Nacional Señorío de Bértiz.

Leímos en tripadvosor que el paseo hacia la cascada era sencillo y se tardaba unas 2 horas en total en hacer el recorrido. Pero, sinceramente, no nos lo pareció, aunque tengo que decir que no somos expertos senderistas. El comienzo fue bastante ameno, atravesamos prados vimos animales pastando y dado que era temprano, hacía una temperatura muy agradable. Pero una vez nos adentramos en el bosque, comenzaron las subidas y las bajadas. A falta de 1km aproximadamente para llegar a nuestro destino, Mario comenzó a quejarse y la llegada se nos hizo un poco pesada. Cuando llegamos a la cascada había más gente de lo que nos imaginábamos. Muchos iban preparados con escarpines y bañador (nosotros los escarpines los dejamos en casa y el bañador ni se nos pasó por la cabeza llevarlo, jejej). El agua estaba helada, pero echamos de menos sumergir mis pies y alejarnos un poco para contemplar la cascada sin tanta aglomeración.

Volvimos a Erratzu por el mismo camino. Tengo que decir, que apenas hay señalización y mucho menos, indicación de la distancia que queda hasta llegar a esta maravilla natural. Así que, regresamos orientados por la gente que iba de camino y por nuestra memoria fotográfica.

Llegamos al PN Señorío de Bertiz con más hambre que ganas de hacer un recorrido largo. La zona pintaba espectacular, pero para disfrutarla como se merecía se necesitaba un día adicional. Así que decidimos entrar en el Jardín Botánico que estaba a punto de cerrar y lo recorrimos prácticamente sólos.  El pequeño bosque de bambú es de lo más fotografiado, y paseamos entre Secuoyas y árboles exóticos que te hacían olvidar que estabas en Navarra. Pero tengo que decir, como amante de la arquitectura, que la capilla y el mirador me parecieron una auténtica maravilla del modernismo y, sin dudarlo, fue mi parte favorita.

Cenamos en el restaurante del hotel disfrutando del anochecer y nos despedimos de este lugar con mucha pena, sabiendo que lo recordaremos como uno de nuestros alojamientos favoritos.

Día 7.

Nuestro último destino antes de dejar Euskadi fue Bilbao: Habría sido un pecado no descubrir la capital alavesa de camino a Cantabria.

Madrugamos un poquito y llegamos al parking cercano al Guggenheim bien temprano. Con lo primero que nos topamos fue con Puppy, ese cachorro adorable y fotogénico, que da la bienvenida al museo. No había demasiados turistas por la zona y paseamos sin prisas admirando cada ángulo de este edificio tan singular y que no deja indiferente a nadie. Seguimos nuestros pasos hasta la araña Mamá, de Bourgeois. Quedamos nuevamente impactados. Su tamaño resulta sobrecogedor. La dejamos atrás para continuar nuestro recorrido hacia el casco histórico. Pasear por la ribera fue muy agradable y cuando quisimos darnos cuenta estábamos callejeando por la parte vieja y topándonos con su catedral.

Antes de despedirnos de Bilbao nos tomamos unos pintxos en el mercado de la Ribera y ahora sí que sí, dimos por finalizada nuestra visita a Euskadi. Una región que siempre se nos había resistido y que nos ha robado el corazón.

Sin dudarlo, volveremos. Nos dejamos muchos lugares únicos que recorrer y repetir destino nunca nos ha parecido un mal plan.

ESKERRIK ASKO

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